
La larga sombra de la turistificación sobre el Caribe mexicano
Publicado 13 mayo, 2025
El bienestar y progreso que promete el turismo avanzan por caminos torcidos en Quintana Roo. Es el estado más turistificado del país y los impactos negativos abundan: inseguridad, el despojo y la amenaza contra la vida comunitaria.
El turismo trae progreso, o esa es la promesa. Pero en Quintana Roo esa meta parece llegar por caminos torcidos. Ángel Ramos huyó de Tulum cuando estaba despegando como nuevo destino turístico porque las balaceras se fueron acercando demasiado, primero los ecos de las detonaciones a lo lejos, luego fue en el bar al que solía ir y, finalmente, la última vez, vio cómo ejecutaron a su vecino. A don Frido el Tren Maya le tapó el camino a la milpa en la que había cosechado desde que tiene memoria, en Felipe Carrillo Puerto. Leticia Ortíz, como el 99% de sus vecinos, sigue esperando conexión al drenaje en Bacalar. Yeraldin Báez migró a Cancún porque le prometieron prosperidad, pero todos los días llegaba a casa, luego de largas jornadas de limpiar cuartos de hotel, a dormir a la intemperie, en una hamaca amarrada entre árboles en uno de los tantos asentamientos irregulares que han proliferado en ese polo turístico.
A decir de José Antonio Barragán Ojeda, investigador de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, Unidad Mérida, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Quintana Roo es el estado con más desarrollo turístico, en un proceso que lleva casi 100 años. Actualmente hay, sobre todo, turismo de placer, de sol y playa, en selva, cenotes, arrecifes; turismo cultural; turismo médico; turismo deportivo; turismo de congresos; turismo wellness.
Para Barragán, la turistificación es un proceso que involucra la participación de varios actores que buscan la creación de espacios turísticos mediante mecanismos que implican la ejecución de agendas, políticas y discursos. En el caso de Quintana Roo se data el inicio de la turistificación en la segunda mitad del siglo XX, cuando arribaban expedicionarios a Isla Mujeres o Cozumel, vía las aeropistas militares estadounidenses utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial. Por entonces se promocionaban la región, llena de ruinas prehispánicas, como “El Egipto de América”, recuerda el especialista en un artículo académico publicado el año pasado.
Desde entonces, prosigue el autor, la dinámica no ha cesado. Todo lo contrario. El hito se marca en 1970, con la creación de Cancún: una nueva ciudad generada desde cero, única en su tipo por estar pensada para tener una vocación exclusivamente turística. Desde entonces todo cambió. Se apostó por el turismo como eje de desarrollo en el Caribe mexicano.
El análisis de Barragán es peculiar porque es de los pocos que habla del turismo como fenómeno geográfico: no existe dicha actividad sin una manifestación espacial: resulta imposible concebir la totalidad del fenómeno sin su manifestación territorial.
Y eso se nota en la expansión de proyectos hoteleros. En los primeros años de los 70 en Cancún se construyeron 6 mil cuartos de hotel donde antes había un pueblo cocotero y arenales. Para 1982 el tope fijado fueron 22 mil 235 cuartos. En 1993 subió a 36 mil 113. Hoy hay casi 46,000 sólo en Cancún. En todo el estado son un total de 131,022 cuartos de hotel.
Pero no solo son centros de hospedaje, sino también puertos, aeropuertos, residenciales y complejos comerciales, entre otras instalaciones. Para dimensionar lo anterior, a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) han llegado 14,500 Manifestaciones de Impacto Ambiental (MIA) o solicitudes de cambio de uso de suelo desde 2016, según una revisión hecha por Jaltun.
El primero es un estudio técnico-científico en el que se contemplan los efectos que puede ocasionar una obra o actividad sobre el medio ambiente y señala las medidas preventivas que podrían minimizarlos. El segundo, refiere a una autorización oficial requerida para realizar actividades que impliquen la remoción de vegetación forestal o el cambio de uso de terrenos forestales a fines no forestales.

En ese período hay al menos 40 solicitudes de cambio de uso de suelo, para remover 650 hectáreas de vegetación para diversos proyectos turísticos y relacionados a esta industria.
Eso, el avance espacial del turismo del que habla Barragán, puede en parte explicar cómo en los últimos 20 años Cancún ha perdido 30,000 hectáreas forestales, según la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
Precarización
Son muchos y a todos les duele algo. En Quintana Roo hay un total de 80,000 trabajadores de la construcción. Depende del área donde trabajan es el dolor muscular que arrastran. A Carlos Rincón le duele todo el tiempo la espalda. Es montador, es decir, se encarga de subir estructuras metálicas a lo alto de las construcciones para soldarlas allá arriba. A Julio Avilés le duele el hombro de tantas y tantas veces que repite el mismo movimiento durante 10 o más horas al día, el de arrojar pasta de cemento para recubrir las paredes.
La excepción aquella tarde de abril que visité la Supermanzana 65, una colonia popular a donde llegan un sinfín de obreros de otros estados de la República para buscar cuartos en renta, atraídos por la oferta laboral obrera de Cancún, es Fernando Suárez, de veintipocos años. Dice que hoy no le duele nada, aunque quizá sea por lo alcoholizado que está. Es domingo, su único día de descanso y aprovechó para tomar unas cervezas. Quizá también por lo alcoholizado que está se muestra vulnerable cuando me habla del trabajo y de las varias veces que ha visto morir o accidentarse a sus compañeros de trabajo.
La última vez fue hace seis meses, en un hotel en construcción en la más nueva franja turística, en la zona continental de Isla Mujeres. Fernando dice que se les vino encima un montículo de tierra a cuatro obreros mientras estaban haciendo maniobras. Uno de ellos falleció.
Protección Civil de Isla Mujeres suspendió la obra por unos días, para luego levantar la sanción porque el turismo no puede descansar, así que Carlos, Julio y Fernando volvieron a su rutina con todo y el duelo.
El trabajo de la construcción no solo tiene jornadas extenuantes y con riesgos, sino que también es precario. De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), los salarios en la entidad para gente como Fernando y sus compañeros de trabajo oscilan entre los 6,000 y 8,000 mil pesos, es decir, igual a un salario mínimo o menos.

Hay que considerar, además, que estos trabajadores envían cierto porcentaje de su salario a sus familias en sus comunidades de origen, porque la mayoría no son de aquí: migraron desde Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Veracruz o Campeche, donde la remuneración es aún peor.
Esta atracción por el mercado laboral del turístico Quintana Roo ha provocado una explosión demográfica sin parangón en el país. Barragán también da cuenta de ello en su artículo. Menciona que entre 1970 y 1980 la tasa de crecimiento medio anual de Cancún fue del 62.3%, mientras que el resto del país creció a tasas del 3.3 por ciento.
En la siguiente década, el crecimiento de Cancún se ubicó en un 15% por año, mientras que la media nacional fue del 2 por ciento. Cancún fue planeada para 250,000 habitantes; hoy cuenta con un millón. Y la oferta de vivienda no ha crecido a la par. Según la Cámara Nacional de la Industria de Desarrollo y Promoción de Vivienda (CANADEVI), en Quintana Roo existe un déficit de 30,000 casas.

Esto, sumado a lo caro que es la renta para los trabajadores que mantienen viva la industria del turismo, ha provocado que estos obreros busquen alojamientos diminutos, donde se hacinan en un mismo cuarto en el que pasarán los tres o seis meses que dure su contrato temporal. Tal como es el caso de Fernando, que comparte habitación con otros 20 trabajadores, que duermen sobre colchonetas o simplemente cobijas.
También ha incentivado la creación de asentamientos irregulares. Tan solo en Cancún hay más de 200, donde viven más de 250,000 personas, según datos del Ayuntamiento municipal. En uno de ellos vive Geraldine Báez, quien por las mañanas limpiaba en las suites el desastre que dejaban los turistas para dormir por la noche a la intemperie en una hamaca.
Ante la imposibilidad de pagar la renta de una colonia formal, porque su salario era de apenas 2,400 pesos, Geraldine optó por ocupar, junto con su esposo y sus dos hijos menores de edad, un pedazo de terreno en un asentamiento irregular ubicado sobre la Avenida Arco Norte, en la periferia de Cancún.

La sombra del turismo masivo sobre otras formas de vida
La expansión del turismo, sin embargo, ha tenido impactos diferenciados entre zonas de Quintana Roo. En el centro, ahí donde está la mayoría de población indígena, el turismo atenta contra una forma de vida: la comunitaria.
A inicios de este año se lanzó una campaña para evidenciar estos daños. “El turismo mata”, se llamó. Es organizada por Permanecer en la tierra, una iniciativa creada para visibilizar y concientizar sobre los impactos del turismo en diferentes puntos de América Latina y el Caribe.
“La industria turística ha impactado gravemente en Quintana Roo, a los ecosistemas, las formas de vida de los pueblos”, dice Ángel Sulub, poeta, delegado maya ante el Congreso Nacional Indígena de México (CNI) y fundador del Centro Comunitario U kúuchil k ch’i’ibalo’on, que forma parte de la iniciativa Permanecer en la tierra.

“La transformación ha sido muy fuerte a partir del turismo masivo por la creación de Cancún. Ha transformado de manera violenta un pueblo como el nuestro, Felipe Carrillo Puerto, que dependía del trabajo en el territorio, a uno que depende del turismo, debido a la migración de la juventud a los polos de desarrollo y el abandono de la milpa como centro de vida de los centros mayas. No es porque los indígenas decidan libremente. Somos obligados porque el turismo se ha impuesto como única forma de vida y de desarrollo”, dice Sulub.
Con el turismo, dice Sulub, llega también el despojo de territorio, narcotráfico, la inseguridad. “Nuestra experiencia nos dice que, ahí donde llega la oferta turística, este desarrollo económico relacionado al turismo, los pueblos locales, en este caso mayas, desaparecen. En los pueblos empieza a haber cambios sociales, culturales, de identidad maya. Se explota la naturaleza, a las personas y su mano de obra, y se comercializa todo aquello que se pueda vender por un dólar”, dice.
“El nombre de la campaña es fuerte: ‘El turismo mata’. Nos referimos a algo literal: porque el narco mata, los proyectos matan la naturaleza, pero también de manera simbólica: se matan oportunidades distintas al turismo. Se busca que sea lo único, el centro, el eje, cuando hay muchas otras posibilidades”, afirma Sulub.
Como parte de la campaña se lanzó una publicación titulada “Don Frido: aviación, turismo y despojo”. Cuenta la historia de este poblador de Muyil, una comunidad maya ahora impactada por la construcción del Tren Maya y el nuevo Aeropuerto Internacional de Tulum. Las vías del ferrocarril bloquearon el camino que Frido solía usar para llegar al lugar donde desde siempre ha sembrado.
“Don Frido perdió el acceso a su milpa, ya que el gobierno compró las tierras ancestrales que utilizaba para sembrar, valiéndose de engaños a las autoridades agrarias de la región y expropiando otras propiedades del pueblo. Don Frido ya no mira más a la fauna silvestre, el canto de las aves se reemplazó por el ruido de los aviones. Tampoco puede sembrar maíz porque un tren atraviesa el camino que lo llevaba a su milpa”, se lee en la publicación hecha para concientizar sobre los múltiples impactos de los megaproyectos en zonas indígenas.
A modo de resistencia, Sulub, junto con otras personas, impulsa desde el centro comunitario que dirige lo que él llama espacios de economía solidaria como tianguis agroecológicos, artesanales y culturales. “Ahí sí se puede ver la alegría de la vida”, comenta.
El progreso llega sin drenaje
Oxfam México publicó recientemente el informe “Beneficios en fuga” en el que problematiza sobre las concesiones de agua en México. Un dato resalta por lo exorbitante, sobre la concesión que tiene Grupo Aeroportuario del Sureste (Asur) para operar el Aeropuerto Internacional de Cancún: “Si una persona tomara un baño con el agua que utiliza el aeropuerto de Cancún en un año, esta sería una ducha de 4 mil años ininterrumpidos”.
Este organismo internacional documentó que la mayoría de las concesiones para uso de servicios están relacionadas al turismo.
Mientras que este aeropuerto –el segundo de mayor afluencia detrás de la terminal aérea de Ciudad de México– emplea más de 40 millones de metros cúbicos de agua al año, la mayoría de las 250 mil personas que viven en asentamientos irregulares en Cancún no cuenta con servicio público de agua. Están condenados a extraerla de ríos subterráneos a través de pozos.
Que se turistifique tampoco implica que mejoren los servicios. En Bacalar, que antes era un pueblo tranquilo y ahora es impulsado como el nuevo destino turístico del Caribe, donde crecen cada vez más los bares, restaurantes y propiedades arrendadas en Airbnb, menos del 1% de la población está conectada al drenaje público, según datos del Ayuntamiento municipal.
Para Sulub es importante desmontar la narrativa de que el turismo trae desarrollo social y bienestar. “Las opciones que ofrece tienen que ver más con despojo. Los trabajos que ofrecen tienen que ver más con la precarización y el empobrecimiento que con condiciones dignas”, remata Sulub.